De manatís voladores y otros delirios en la ciénaga de Paredes de Santander | Vanguardia.com

2022-09-10 02:30:31 By : Mr. cai lei

Luego de siete décadas de mandato, Isabel II murió en Escocia ayer, en el que fue el segundo reinado más largo en la historia,...

El agua viscosa, que llega sin timón a la orilla de la ciénaga de Paredes, apenas alcanza a mojar el cadáver. El cuerpo amenaza con explotar en cualquier momento, producto del aumento de los gases internos. Solo su gran aleta caudal permanece sumergida. Un paisaje de ramas tupidas, con hojas pequeñas de un tono verde claro, y varios troncos huesudos, que se asemejaban a gigantes dedos de madera flacuchenta padeciendo una artritis milenaria, se tragan al manatí antillano de forma progresiva. Por eso desde lejos es casi imposible divisar el cadáver.

Esta parte de la ciénaga exhala un vapor putrefacto, fastidioso. La piel del manatí, lo más parecido a una gruesa lija, cae en trozos pellejudos de color marrón claro. Pudriéndose, como un fardo de 350 kilos de carne descompuesta, el majestuoso manatí guarda ahora un aspecto miserable en una ciénaga sin playas. Julio de mala suerte, pisoteado a cada rato por las pezuñas de búfalos bucaneros invasores, que sacan de quicio a los pescadores defensores de este gran charco de siete kilómetros 700 metros.

La hembra manatí está boca arriba. Yace lejos de la profundidad fangosa que la extraña en el silencio diáfano de las aguas casi hirvientes a mediodía. Las fronteras de su universo líquido, donde lanzó chillidos como rayos en luna llena para encontrarse con sus similares o buscar en su infancia a su mamá, se alejan desconsoladas, arrastradas por un dolor franco, desafiando oleajes repentinos de pescadores ilegales con mortales trasmallos.

La fábula de la ciénaga de Paredes es ahora un infierno. Tumba calurosa. Sin piedad, las ruinas de la carne del manatí caen a un colchón de hojas muertas, parecidas a papel arrugado, en el que se escribe la fecha de defunción: domingo 17 de julio de 2022. Tiempo de morralla. El cadáver lleva más de tres días pudriéndose al sol. Horas sanguinolentas en un paraíso natural, mojado por años en el olvido estatal. Bandera negra en territorios agraviados por respetados palmicultores.

La ciénaga de Paredes es patria de pescadores que en 1987 votaron como comunidad para dejar de cazar manatís. Se contabilizaron 50 votos a favor y 20 en contra en un cabildo de pescadores a la orilla de la ciénaga. Desde entonces dejaron de comérselos, pues se asegura que su sabor es la mezcla de pollo, cerdo, gallina, conejo y vaca.

Solo han hecho una excepción. La última vez que los pescadores llevaron un manatí a sus mesas ocurrió en febrero de 2002, cuando una hembra se arrimó a una playa para morir, se cree de inanición, debido a que el intenso verano de esa época redujo los niveles del agua pasando de una profundidad de 10 metros a escasos 150 centímetros. Muy poca para ellos. Ha de saberse que los manatís son susceptibles a los cambios de temperaturas, entre muchos factores. En ciertas temporadas el agua de la ciénaga llega a alcanzar hasta los 40 grados centígrados. Entonces huyen a la profundidad fresca o a las orillas, que en la actualidad son un peligro para ellos debido a los mortales trasmallos instalados.

Ese día le sacaron 270 kilos de carne a la manatí hembra. La repartieron entre todo el caserío. Solo un hombre, llamado Robinson, guardó lo que quedó del animal en una nevera. A la semana, cuando arribaron biólogos a la zona, el pescador sacó de un refrigerador la cabeza trasquilada del manatí bañada en sangre en un platón de plástico.

En las últimas tres décadas se restableció el respeto y la armonía entre pescadores y sirenos. Guiados por José Manuel Zapata, ‘Morita’, legendario pescador y líder ambiental, las comunidades se dedicaron a protegerlos. En época de verano les llevan Churre y Tabaquillo, plantas parecidas al pasto, y las dejan en algunos sectores de la ciénaga donde se agrupan para comer. En invierno están atentos a ellos con paciencia estirada y sin cielos atormentados, bueno, hasta hace muy poco, porque siempre llegan pescadores forasteros con sus horrendos trasmallos. Elemento con terribles hilos que atrapan toda la vida bajo el agua. Trampas oscuras a cualquier hora del día. La ciénaga entonces se siente invadida por esa sensación de desastre.

A bordo de la canoa impera una atmósfera pegajosa, que lo cubre todo como miel chicluda. José Dixon Blanco va en la parte de adelante del bote. Se percatan de algo en una orilla. Se acercan al lugar. A unos metros apagan el motor.

José Dixon se levanta. Afina la vista para observar minuciosamente. Se ajusta un poco la gorra que lleva puesta con el logo de Asopromanatí. Se trata de la Asociación de Pescadores Artesanales Protectores del Manatí, con sede en el caserío de Campo Duro, de donde colabora como su secretario. Les dice a los otros que se observa un animal muerto. Cuenta que alcanza a ver a una babilla hundirse en lo profundo, justo al lado del cuerpo, que se espanta al sentir el alboroto de la canoa.

- Parece que es un manatí... -Lo dice con preocupación.

Toma un remo de madera e impulsa el bote hasta alcanzar la desordenada orilla. Evade ramas.

- Sí, mano, ¡es un manatí! - Confirma en una sucia verdad. Como quien sacude un mal recuerdo. No es la primera vez que ocurre.

En la canoa se movilizaban integrantes de Asopromanatí y un consultor técnico ambiental. Ellos realizan desde hace un tiempo un censo de aves para un proyecto ecoturístico sostenible que lanzarán pronto. Todos tocan tierra. Se encuentran de frente con la terrible escena. El mamífero yace muerto. Una tufarada se extiende. No demoran en aparecer los gallinazos.

Se trata de una hembra. Muy joven. A todos les llama la atención que le fue cercenada la mandíbula. Fue desmembrada. Debió ser con un cuchillo de gran envergadura. Muy filoso. Tal vez un machete. Una de sus aletas fue cortada. Su cuerpo registra lesiones en el nacimiento de las aletas pectorales. La tuvieron que amarrar. Viva, tal vez, la arrastraron. Fue una tortura, se atreven a concluir. Regresan a la canoa. El resto de esa tarde se enreda en la desgracia. Pronto los medios de comunicación hablan de ese cadáver.

Una poderosa ola de dolor barre la tranquilidad de los pescadores de los caseríos de Cerrito y Campo Duro, encavados en sus chozas de madera, colgando sus vidas entre hamacas al son de música alegre. Un latigazo de dolor los manda a dormir esa noche.

-¿Por qué lo mutilaron? -Se preguntan.

Son seis los manatís muertos en los últimos tres años. La denuncia la hace James Murillo, presidente de la organización comunitaria y ambiental Cabildo Verde.

Parece que hasta los patos y garzas los lloran. No paran los días amargos en esta ciénaga.

La ciénaga de Paredes está localizada entre los municipios de Sabana de Torres y Puerto Wilches, en Santander. Este espejo de agua es cuna de pequeñas rayas, cangrejos y traviesos patos yuyos. Mundo de garzas blancas, posudas imponentes en cualquier recoveco verde, y gavilanes anclados, solemnes, en las copas de los árboles. Refugio líquido de aves, algunas de ellas migratorias, como algunos tipos de patos que vuelan desde Norteamérica, e incluso hace unas décadas se observaba a majestuosos flamencos, embelesados con sus plumajes mágicos y su particular caminar. En la actualidad son solo recuerdos. También es hogar de bagres, doncellas, curimata y bocachicos.

Y está el manatí. Vertiente misma de la imaginación de un pueblo acostumbrado a verlo emerger bondadoso, gentil, inofensivo. Mamífero acuático, animal pacífico desterrado hace siglos del río Magdalena, único por estas tierras de chinchorros, pescado, y gente trabajadora, pescadores ancestrales. Descrito como la gran vaca de agua, de más de 600 kilogramos de peso, tres metros de longitud y una gran cola palmeada, el manatí se resiste a desaparecer de la ciénaga de Paredes, repleta de peces enhuevados en su fondo. En temporada de lluvias la ciénaga puede tener una extensión de 1.770 hectáreas, pero en temporada de verano se reduce hasta un 55%, especialmente entre noviembre y marzo.

Murmurar su nombre en esta zona es como un exorcismo contra siglos de cruel cacería. Manatí, palabra sagrada, legado heredado de los indios Yariguíes, convencidos de honrar la naturaleza ante el horror de la devastación. Pero la ciénaga está herida, desequilibrada y agoniza en una competencia desleal de la contaminación y los desmanes de los hombres. Sangra a su modo. En oficinas de Bucaramanga y Bogotá no alcanzan a verla. Como ese 26 de octubre de 2002 cuando el ‘cartel de la gasolina’ fue el responsable del rompimiento del poliducto Ayacucho– Barrancabermeja, generando el derrame de cientos de barriles de petróleo a esta ciénaga. Pero no crean, existen más vectores de contaminación. Como la deforestación que cambió árboles por palma africana.

Las aguas llegan a la ciénaga de Paredes por la quebrada de La Gómez que desemboca justo en el caserío de Campo Duro (Puerto Wilches) y salen en búsqueda del Magdalena por el caño Peruétano, en cuya orilla se levanta el caserío del Cerrito (Sabana de Torres), coloreado por aguas oscuras cuyo fondo es tan limpio como las almas de los pela’os que se bañan a toda hora en sus orillas. Este caño es arteria de la zona, cuerpo de agua, que une 16 ciénagas de esta zona del Magdalena Medio.

Desde hace algún tiempo esta conexión hídrica se quebró. Un bloque verde de plantas acuáticas, con una extensión que supera los dos kilómetros, interrumpe todo. La cuenca hídrica está invadida por el buchón (Eichhornia crassipes), una planta invasora, que no solo impide la navegabilidad, sino que es el mejor síntoma de que la ciénaga perdió su equilibrio. Se trata de un tapón verde de maleza que flota como pesado cemento verdoso.

Piense que es como si, de pronto, de la nada, en medio de la cuenca de quebradas y caños, de extremo a extremo, surgiera un terreno que cubre todo. Incluso, en la entrada a Paredes se observa a un árbol emerger. Sí, un árbol en medio de un río. La aridez cebó en esta quebrada. El buchón es una planta originaria del Amazonas. No obstante está presente en la mayoría de las cuencas hídricas del país.

El buchón impide que el ciclo del agua oxigene la cuenca, provocando escenarios como la muerte o desplazamiento de animales. Afecta peces, anfibios y reptiles, claro, también al manatí, advierte James Murillo, presidente de Cabildo Verde.

- Se rompió el equilibrio en la ciénaga desde hace muchos meses. El agua no corre. Se estancó. Esta situación afecta todo el ecosistema. Desde hace unos cinco años no tenemos verano. No hay playas en la ciénaga, porque el agua no tiene un lugar para correr. Por ejemplo, las tortugas ya no tienen playas para dejar sus huevos. Ya no vemos tortugas...

Estas plantas se reproducen con mucha rapidez debido a la amplía carga orgánica que llega de la quebrada La Gómez, por donde arriban, por ejemplo, las aguas negras de Puerto Wilches. Con 31 mil habitantes, el municipio carece de una planta de aguas residuales.

- Llegan también todos los agroquímicos utilizados en la producción de palma africana y arroz. Por ejemplo, los árboles de las orillas de la ciénaga han sido talados y todo el estiércol del ganado cae al agua. Se enriquece de manera orgánica la ciénaga y proliferan estas plantas acuáticas. El agua ‘se descompone’, pierde oxígeno. Como tampoco hay paso de luz, se rompe la dinámica de la naturaleza. Mueren peces y se afecta la cadena alimentaria. El manatí era un controlador biológico de esas plantas acuáticas, pero estimamos que tenemos menos manatíes...

El único proceso para remover estos tapones, que aíslan a las comunidades, es de forma manual, porque tampoco se trata de eliminar esta planta acuática, que es refugio de peces y sirve de nido para aves. Por eso lo pescadores abren a fuerza de machete pequeños corredores, andando en sus canoas por fincas, fuera del cauce natural.

A mirar para el cielo

Dicen que las orillas son más seguras, pero a muchos, como los pescadores ancestrales de la ciénaga Paredes, les gusta luchar con las olas. Por eso mismo, 23 días después del reporte del cadáver del manatí, tres aves de rapiña seguían rondando los restos de esta hembra, que más parecía una mancha grisácea en el suelo. El olor a podredumbre se siembra al lado de los tupidos árboles de mamón. El olor a animal crudo persiste.

Al descender de la canoa, James Murillo, presidente de Cabildo Verde, observa minuciosamente la calavera del manatí, con pocos rastros de carnes. Pelada a picotazos por los chulos. Toma el cráneo. Surge una mala mueca, como sintiendo la herida de muerte que soportó el manatí.

- En este manatí pudimos detectar que tenía señales de maltrato. El manatí tenía laceraciones y señales de haber sido amarrado en las aletas. Además, le cercenaron la cabeza. La hipótesis que tenemos es que el manatí se enredó con un trasmallo y terminó ahogado en su afán de quererse liberar. Se cree que los pescadores ilegales lo arrastraron hasta la orilla, donde lo ocultaron...

El defensor de ciénaga agrega que lamentablemente los cuerpos de los manatís muertos, al menos los seis, fueron encontrados en alto estado de descomposición, por lo que obtener muestras biológicas óptimas para determinar las causas de las muertes es una tarea muy compleja ante imposibilidad de obtener sangre y tejidos de órganos internos.

James guardó la calavera en la canoa. Decide, luego, subir por una pequeña colina, de unos cuatro metros, pegada a la orilla de la ciénaga. Un sol de verano golpea áspero el rostro. Al caminar seis pasos se encuentra con una planicie árida y pedregosa, alborotada por una extensa plantación de palmas africanas.

- Esta plantación – advierte- se ubica a menos de 10 metros del borde de la ciénaga de Paredes. Las normas nacionales establecen que debe existir una franja de protección superior a 100 metros. Hemos generado mesas de trabajo con el sector palmicultor. Desafortunadamente manifiestan que son situaciones aisladas. Esto es falso. Esta es una constante en el territorio. Prácticamente todos los bordes de la ciénaga y los cuerpos de agua están cultivados con palma africana...

El uso del trasmallo está prohibido, pero solo en el papel. De regreso al caserío, solo esa tarde se vieron cuatro canoas extendiendo sus trasmallos. Se trata de una red que puede alcanzar hasta los 500 metros de longitud y desciende más de dos metros. Esta técnica ilegal de pesca consiste en el uso de una serie de mallas que se encuentran una encima de otra, con aberturas (‘ojos’) muy pequeñas que genera que cualquier animal quede atrapado mientras cruzan de lado a lado la ciénaga. Flotan por más de ocho horas. El trasmallo atrapa todo. Peces, nutrias, babillas, tortugas y manatís. Cuando regresa el pescador encuentra estos animales muertos. Los lanza a la profundidad y se marcha con los peces.

Víctor Durán, pescador ancestral, presidente de Asopromanatí, denuncia que pescadores ilegales llegan a la ciénaga en la tarde y noche de Sabana Torres, El Banco y Barranco de Loba, entre otros lugares, a lanzar sus trasmallos.

- Ellos están acabando con la ciénaga. Por ejemplo, ya no se pesca picura, dorada, bagres o coroncoros. Hace mucho que no vemos tortugas y ni que hablar de los chigüiros. Los trasmallos y la contaminación tienen en agonía a Paredes.

Los pescadores de Asopromanatí trabajan de la mano con Biótica Consultores y el apoyo de Ecopetrol en consolidar un proyecto de ecoturismo en la ciénaga de Paredes, para ofrecer además de recorridos por la ciénaga, avistamiento de aves, recorrido por las zonas de los manatíes, alojamiento, comida y artesanías. En el próximo mes este proyecto comenzaría a funcionar.

Los protectores de la ciénaga de esta forma se burlan del fatídico destino en Paredes, que se resiste a morir con sus libélulas de cabeza roja revoloteando. Allí se les dice a los niños (y muy pronto a los turistas) que los manatís son sirenas inmaculadas que no solo nadan en lo profundo. También vuelan y dan saltos mortales en el horizonte de sus vidas. Ellos alborotan con su planeo la existencia de sus protectores. Notificación divina de estar en un paraíso. Trifulca contra el olvido. Y entonces los niños les cuentan a los forestaros que los manatís están también en el cielo. Pero los extranjeros no entienden. No los ven entre nubes. Los niños insisten que también vuelan y le abren huecos a la memoria de sus días. Porque en la ciénaga todos son uno y uno son todos. Porque todos los seres de este ecosistema están conectados, tan profundamente, que se organizan fandangos cuando se sabe en esta ciénaga que nació una cría de manatí y saldrá pronto a resoplar.

Periodista egresado de la Universidad Autónoma de Bucaramanga. Creo en el poder de la palabra. En escuchar a las personas. Soy cronista, de los que están convencidos que siempre se escribe, no solo cuando se está frente a un teclado y una pantalla. Me gusta narrar historias sometido al indescifrable poder de ellas. La fuerza de lo real. Hago podcast, donde junto voces para relatar esa realidad. Estoy convencido que siempre existimos, mientras alguien nos lea.